17 de abril de 2013

RE-vivir

Tu cuerpo sin ser tu cuerpo, sobre mi cama. Mi segunda casa, el único lugar donde el atardecer es más hermoso. Tan hermoso cómo Lautaro a las siete de la tarde. Cómo otro Lautaro, en otro cuerpo, en otra piel. Un lautaro, qué no es Lautaro. Los ojos que se nublan mirando un bello ocaso, son los mismos que se retuersen cómo un ahorcado un Domingo por la tarde. Sin lluvia, con viento. Nublado. Y tengo miedo, del miedo que se siente cuándo las venas de tu cerebro tienden a estallar, a hundirte en su propia sangre. Miedo de esa vehemencia, de la tinta y de voces, de tu voz que suena y resuena, de la mía en mi cabeza, de la mía para todos, para me, para vos, para mí. Del mar de lenguas en mi boca, la saliva prestada, camas de alquiler. De un amor barato, irrelevante. Del ocaso sin sol.
La gente no elige los recuerdos, te lo juro. Comienzan de a poco, cómo hormigas incendiando el mundo, tragando la tierra sobre mis pies. Ese recuerdo ¡maldita mierda! partiendo una cabeza en mil pedasos, en gotas, en ríos, en océanos. La oscuridad del océano ínfimo, eterno, inquebrantable. La cabeza, la mente, el cuerpo, el corazón. El músculo, el latido, el amor. El amor en dibujitos, en espejitos de colores, el rosa bebé. El fin, la bronca, la ira. Las ganas de no volver, creer, sentir. Pisar, aplastar, quebrar, matar. El recuerdo, su falta, la memoria. Su piel, sus manos, sus ojos, incluso; el día de su nacimiento ¡Maldita mierda! Matemos al amor, incluso cuándo ya haya muerto.
Temamos, el miedo de matar al amor desde su nacimiento.

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