8 de mayo de 2013

Viaje al sol; parte dos.

Perseveraba la costumbre de cruzar los dedos y dejarlos libres, cuándo una idea acaparaba su cabeza en una noche de invierno. Los mejores planes siempre habrían ocurrido de manera fugaz, casi imperceptible al ojo ajeno. La moderada miopia de su ojo izquierdo y la falta de atención, no era problema. No era de las que reprochan las ausencias, y me pregunto si en el
fondo se daba cuenta del paso del tiempo, a pesar de que el mundo pasa por eones y eones, estaba acá por una fracción de una fracción de segundo. Cómo matar el tiempo a lo bobo sin hacer nada, sin decirlo todo.
Dispuesta a aborrecer su figura, eternamente. Perdida ante el verde del ojo de un gato gris, encontrando así -sin fin- una impune eternidad, así cómo quién busca el gris, en una escala de extremos. Blancos casi transparentes, el mismo negro de la oscuridad.
Abotagaba su mente de pensamientos carentes de sentido, tal vez de libros que alguna vez leyó. Cortázar y Galeano formaban parte de su dupla indestructible ¿Quién no encuentra su verdadero amor en los libros? Si de pasión hablamos.. La fraternidad, el sol y encuadernados de hojas amarillas, lo eran casi todo. Creyó no completar su totalidad por la falta de amor. Cómo si no fuera suficientemente difícil aborrecerse todos los días de sus 19 años.  Dónde en esos días creía que cada persona que entrara en su vida, así cómo por arte de magia duraría una eternidad dentro de ella. ¿Cómo creer en esa mentira del amor?! Después de tanto error. Sin embargo -una vez más- creía en el eterno juego del destino. Se regía bajo la regla de la causalidad y así comprendía que cada persona que cruzo por aquella puerta, sólo lo hizo para dejar algo eterno por dentro (lo que era -vale aclarar- imposible de saciar de manera autónoma) Así fue cómo quién sabe qué persona le leyó su primer libro, le enseñó la potencialidad del tiempo y la sabiduría de las palabras bien implementadas. Dentro de otras no tan importantes.
Acepta el frío del invierno, como quien acepta una perdida. Afirmando qué no todo tiempo por pasado fue mejor, creyendo en el reloj de arena que por sentado dá la diferencia con su propio cuerpo. Sin embargo se ama, tal y como es. Por su luz interna, la pasión que la mantiene viva; los libros de la buena memoria. El 'do' de su piano desafinado por el polvo del paso del tiempo, pasión intacta.