17 de abril de 2013

RE-vivir

Tu cuerpo sin ser tu cuerpo, sobre mi cama. Mi segunda casa, el único lugar donde el atardecer es más hermoso. Tan hermoso cómo Lautaro a las siete de la tarde. Cómo otro Lautaro, en otro cuerpo, en otra piel. Un lautaro, qué no es Lautaro. Los ojos que se nublan mirando un bello ocaso, son los mismos que se retuersen cómo un ahorcado un Domingo por la tarde. Sin lluvia, con viento. Nublado. Y tengo miedo, del miedo que se siente cuándo las venas de tu cerebro tienden a estallar, a hundirte en su propia sangre. Miedo de esa vehemencia, de la tinta y de voces, de tu voz que suena y resuena, de la mía en mi cabeza, de la mía para todos, para me, para vos, para mí. Del mar de lenguas en mi boca, la saliva prestada, camas de alquiler. De un amor barato, irrelevante. Del ocaso sin sol.
La gente no elige los recuerdos, te lo juro. Comienzan de a poco, cómo hormigas incendiando el mundo, tragando la tierra sobre mis pies. Ese recuerdo ¡maldita mierda! partiendo una cabeza en mil pedasos, en gotas, en ríos, en océanos. La oscuridad del océano ínfimo, eterno, inquebrantable. La cabeza, la mente, el cuerpo, el corazón. El músculo, el latido, el amor. El amor en dibujitos, en espejitos de colores, el rosa bebé. El fin, la bronca, la ira. Las ganas de no volver, creer, sentir. Pisar, aplastar, quebrar, matar. El recuerdo, su falta, la memoria. Su piel, sus manos, sus ojos, incluso; el día de su nacimiento ¡Maldita mierda! Matemos al amor, incluso cuándo ya haya muerto.
Temamos, el miedo de matar al amor desde su nacimiento.

9 de abril de 2013

2013

Lautaro había sido Roma, Italía, Paris, España, Argentina ¿por qué no, ahora podría ser Londres? Con sus toques calidos de café amable, con la rebeldia en su barba, con su pelo siempre despeinado. Todo hubiera sido una vez más cómo siempre, el viento en las esquinas, el sol por la mañana junto al café y unas tostadas. El mejor libro sobre la cama, un disco sonando.
No había forma de darse cuenta que de alguna manera se había pasado a mi lado 1095 cambios de sol, periodos de luna. Era consciente de haberme echo soportar su cariño desenvuelto y libre; libre en todas sus formas, su capricho de hombre fatal. Ahora el era complice y podría confiarle amistosamente mis alegrias, mis tristezas. Mientrás se afeitaba junto a la ventana, yo lo miraba desde su cama, hermoso cómo solamente Lautaro a las siete de la tarde, cuándo el sol baja. 'Cuándo el amor acabe, el recuerdo es todo lo que nos quedará'
El, el era otra cosa, una especie de refugio, hasta incluso una cajita con vendas para primeros auxilios, y de pronto estando tan cerca, por más absurdo que le parezca, eso logro distanciarlo. Se volvió una parte activa, estando del lado de la lastimadura, y no del vendaje. Asfixiando en sal la herida, ardiendo por dentro, quemando.
Lautaro y yo, estamos en otro plano. Su mano tendida sobre la cama abarcaba todo, mi cuerpo, mi mano, mi boca, el reloj, el cuadro, su guitarra, San Bernardo, Mar de ajó, vodka, vino, ginebra. Licor.
Creo que desde siempre, es mi punto verde pequeñito en mi recorte de cartulina, es el rojo en mis pinturas. Y detras de todo, esta el miedo. La negativa de admitir lo que esa noche me tiraron en la cara, frente a un espejo, un libro abierto al azar, un olor a cigarro consumiendose.  Aunque esté durmiendo solo, en tu departamento, el silencio lo envuelve.
Hasta ahora; el final. Pensaré que puedo haberme equivocado, que las evidencias que lo manchan contra mi, que me vomitan cada mañana en una vida que hoy es otra, nacen quizas, de lo que no supe encontrar en el verde de sus ojos, en la infinidad de su mirada, y que el, no entendio nunca lo que estaba pasando.
Y si me callara traicionaria, porque las barajas y las cartas hoy están ahí, tiradas sobre una mesa, junto al ron, junto a la ginebra que besó sus labios. Simplemente, hechamos mal las cartas del final, inventamos un gran juego que me vaticinó lo que no era, lo que todavía me obstino en querer que no seas. Quién me convertí, después de amarlo.
Están ahí, cómo la huella de su cuerpo en mi cama, yo volveré a echarlas a mi manera, una y otra vez, hasta convencerme de una repeticion inapelable, o encontrarlo por fin, cómo hubiera querido encontrarlo en estos días.
Lautaro y yo, sabemos de más, algo que no es nosotros y juega estas barajas en las que somos espadas o corazones (algunas veces, nos toca querer) pero no las manos que las mezclan o las arman, el juego, que solo alcanzamos a conocer la suerte. La suerte de haberlo encontrado un nueve de abril en el año 2010 y me haya enseñado, que nunca está todo perdido. (Incluso hoy, que la historia ya no tiene sentido)

Perdóname este lenguaje -el unico posible- si me estuvieras escuchando asintirias, con ese gesto amable, que a veces te acerca más a la simpatia, que a la frivolidad con que a veces, logras mirarme.

Aceptemos la baraja, consentir a eso que nos mezcla y nos reparte, que tentación volver a cruzarte, Lautaro.

Por que 3 años no son nada, y nosotros más que nadie comprendimos que después de la tormenta, siempre viene la calma, sino... miranos y escuchanos hoy.
Te quiero siempre, Pi.


2 de abril de 2013

El juguete rabioso

Jubilosos de abochornar el peligro a bofetadas de coraje, hubiéramos querido secundarlo con la claridad de una fanfarria y la estrepitosa alegría de un pandero, despertar a los hombres, para demostrar qué regocijo nos engrandece las almas cuando quebrantamos la ley y entramos sonriendo en el pecado.

Lucio respondió con el codo.
Ahora le escuchábamos más próximo, y sus pasos retumbaban en mis oídos, comunicando la angustia del tímpano atentísimo al temblor de la vena.
Erguido, con ambas manos sostenía la palanca encima de mi cabeza, presto para todo, dispuesto a descargar el golpe... y en tanto escuchaba, mis sentidos discernían con prontitud maravillosa el cariz de los sonidos, persiguiéndolos en su origen, definiendo por sus estructuras el estado psicológico del que los provocaba
Con vértigo inconsciente analizaba:
"Se acerca... no piensa... si pensara no pisaría así... arrastra los pies... si sospechara no tocaría el suelo con el taco... acompañaría el cuerpo en la actitud... siguiendo el impulso de las orejas que buscan el ruido y de los ojos que buscan el cuerpo, andaría en punta de pies... y él lo sabe... está tranquilo."

Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul. Yo era tan pequeño que ni caminar podía, y ella flagelada por las sombras, angustiadísima, caminaba a la orilla de los caminos, llevándome en sus brazos, calentándome las rodillas con el pecho, estrechando todo mi cuerpecito contra su cuerpo mezquino, y pedía a las gentes para mí, y mientras me daba el pecho, un calor de sollozo le secaba la boca, y de su boca hambrienta se quitaba el pan para mi boca, y de sus noches el sueño para atender a mis quejas, y con los ojos resplandecientes, con su cuerpo vestido de míseras ropas, tan pequeña y tan triste, se abría como un velo para cobijar mi sueño.

Despacio consideraba sus encantos avergonzados de ser tan adorables, su boca hecha tan sólo para los grandes besos; veía su cuerpo sumiso pegarse a la carne llamadora de su desengaño e insistiendo en la delicia de su abandono, en la magnífica pequeñez de sus partes destrozables, la vista ocupada por el semblante, por el cuerpo joven para el tormento y para una maternidad, alargaba un brazo hacia mi pobre carne; hostigándola, la dejaba acercarse al deleite.

Para vender hay que empaparse de una sutilidad "mercurial", escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar una grosería, y sufrir, sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios y malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque "así es la vida".

Allí bebimos, pero la vida giraba en torno nuestro como el paisaje en los ojos de un ebrio.


Roberto Arlt (El juguete rabioso, 1926)

Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otoño, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo exótico y excéntrico, como ser por ejemplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los país adonde haya calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una vivora como las del zoologico, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefacción para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos, que no pueden comprarse ropa con lo cara que está, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de leñ, la falta de petrolio y también la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya encima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conviene abusar, porque del abuso entra el vicio y del vicio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena conducta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprestigio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango inmundo entre el cual se revuelca, ni más
ni menos que si fuera un cóndor que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montañas, pero que al ser viejo cayó para abajo como bombardero en picada que le falla el motor moral.
¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirva a alguno para que mire bien su comportamiento y que no se arrepienta cuando es tarde y ya todo se haya ido al corno por culpa suya!

CÉSAR BRUTO (capítulo: Perro de San Bernaldo)

Capitulo 68 - Rayuela

Apenas él le tocaba el timbre, a ella se le desbordaba el corazón y atardecían en piedras, en salvajes látigos, en vendavales violentos. Cada vez que él intentaba visitarla, las palomas, se congregaban en un nido quejumbroso y tenía que protegerse de la tempestad, sintiendo cómo poco a poco las nubes se amontonaban, se iban robusteciendo, enfervorizando, hasta quedar oscuro como el cielo del Apocalipsis al que se le han dejado caer unas espectros de otro mundo. Y sin embargo, era apenas el principio, porque en un momento dado ella se olvidaba los miedos, consintiendo en que él tomara suavemente su mano.
Apenas se veían, algo como un espíritu los atraía, los magnetizaba y apasionaba, de pronto era el ciclón, las calles enlodazadas de las ciudades, la vereda resbaladiza del norte, los truenos del ocaso en una hecatombe sobrenatural. ¡Tormenta! ¡Tormenta! Amantes en la plaza del pueblo, se sentía vociferar, viejecitos y niños. Temblaba el horizonte, se vencían las columnas, y todo se disipaba en un profundo silencio, en oleadas de suspendidas gasas, en quietudes casi milagrosas que los tranquilizaban hasta el siguiente encuentro.