9 de abril de 2013

2013

Lautaro había sido Roma, Italía, Paris, España, Argentina ¿por qué no, ahora podría ser Londres? Con sus toques calidos de café amable, con la rebeldia en su barba, con su pelo siempre despeinado. Todo hubiera sido una vez más cómo siempre, el viento en las esquinas, el sol por la mañana junto al café y unas tostadas. El mejor libro sobre la cama, un disco sonando.
No había forma de darse cuenta que de alguna manera se había pasado a mi lado 1095 cambios de sol, periodos de luna. Era consciente de haberme echo soportar su cariño desenvuelto y libre; libre en todas sus formas, su capricho de hombre fatal. Ahora el era complice y podría confiarle amistosamente mis alegrias, mis tristezas. Mientrás se afeitaba junto a la ventana, yo lo miraba desde su cama, hermoso cómo solamente Lautaro a las siete de la tarde, cuándo el sol baja. 'Cuándo el amor acabe, el recuerdo es todo lo que nos quedará'
El, el era otra cosa, una especie de refugio, hasta incluso una cajita con vendas para primeros auxilios, y de pronto estando tan cerca, por más absurdo que le parezca, eso logro distanciarlo. Se volvió una parte activa, estando del lado de la lastimadura, y no del vendaje. Asfixiando en sal la herida, ardiendo por dentro, quemando.
Lautaro y yo, estamos en otro plano. Su mano tendida sobre la cama abarcaba todo, mi cuerpo, mi mano, mi boca, el reloj, el cuadro, su guitarra, San Bernardo, Mar de ajó, vodka, vino, ginebra. Licor.
Creo que desde siempre, es mi punto verde pequeñito en mi recorte de cartulina, es el rojo en mis pinturas. Y detras de todo, esta el miedo. La negativa de admitir lo que esa noche me tiraron en la cara, frente a un espejo, un libro abierto al azar, un olor a cigarro consumiendose.  Aunque esté durmiendo solo, en tu departamento, el silencio lo envuelve.
Hasta ahora; el final. Pensaré que puedo haberme equivocado, que las evidencias que lo manchan contra mi, que me vomitan cada mañana en una vida que hoy es otra, nacen quizas, de lo que no supe encontrar en el verde de sus ojos, en la infinidad de su mirada, y que el, no entendio nunca lo que estaba pasando.
Y si me callara traicionaria, porque las barajas y las cartas hoy están ahí, tiradas sobre una mesa, junto al ron, junto a la ginebra que besó sus labios. Simplemente, hechamos mal las cartas del final, inventamos un gran juego que me vaticinó lo que no era, lo que todavía me obstino en querer que no seas. Quién me convertí, después de amarlo.
Están ahí, cómo la huella de su cuerpo en mi cama, yo volveré a echarlas a mi manera, una y otra vez, hasta convencerme de una repeticion inapelable, o encontrarlo por fin, cómo hubiera querido encontrarlo en estos días.
Lautaro y yo, sabemos de más, algo que no es nosotros y juega estas barajas en las que somos espadas o corazones (algunas veces, nos toca querer) pero no las manos que las mezclan o las arman, el juego, que solo alcanzamos a conocer la suerte. La suerte de haberlo encontrado un nueve de abril en el año 2010 y me haya enseñado, que nunca está todo perdido. (Incluso hoy, que la historia ya no tiene sentido)

Perdóname este lenguaje -el unico posible- si me estuvieras escuchando asintirias, con ese gesto amable, que a veces te acerca más a la simpatia, que a la frivolidad con que a veces, logras mirarme.

Aceptemos la baraja, consentir a eso que nos mezcla y nos reparte, que tentación volver a cruzarte, Lautaro.

Por que 3 años no son nada, y nosotros más que nadie comprendimos que después de la tormenta, siempre viene la calma, sino... miranos y escuchanos hoy.
Te quiero siempre, Pi.


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