11 de julio de 2012

10 de Julio


Tu espalda se encontraba tan fría como aquel invierno que arraigaba mis rodillas. Era tan inmensa y blanca, los lunares llenaban  tu cuerpo, sentí como se alborotó cada gota de sangre en mi corazón y como -en ese momento- corrías por mis venas. En mis entrañas te ganaste un buen lugar. Tus manos y las mías perdieron el limite de la realidad y así las agujas del reloj perdieron su valor. Las diez, ya no eran las diez. Quedamos fuera de foco y hasta tu piel parecía tener otro sabor. Tu lengua siempre tan cálida y tus pies siempre tan fríos, sin embargo tu boca y defectos, siempre fueron míos. El sol que entraba por la ventana brillaba en nuestros cuerpos, los faroles verdes que me iluminaban, hoy eran tus ojos. Y tu sonrisa -que placer esa sonrisa- la puerta a todos mis paraísos. Los infiernos? Infiernos si que los hay con vos al lado y una cama con tanto espacio. Ese día besé hasta tu sombra.
Amanecí queriéndote más de lo normal, sobrepasando el limite de la verdad. Sin embargo.. ya no me encontraba en tu cama y tu sonrisa no me acompañaba en esa mañana tan fría que me comía los huesos. Pero si hay algo que siempre estuvo claro entre nosotros fue el placer de aprovecharnos en el momento, ya que a la otra mañana.. no recordaríamos nuestros propios nombres.
Esa mañana amanecí embriagándome con un poco de tu perfume francés y si algo había olvidado, era el placer de sentir tu cuerpo junto al mío, tu panza con la mía y que el mundo cuando estoy con vos, cuándo estoy con vos nada tiene explicación.

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